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Etiqueta: Horacio Fiebelkorn

Inventar un paisaje / Lo que sucede

Hubo que inventar un paisaje, aunque quedó la costumbre de pensar que todo puede ser inventado, a contrapelo de los hechos, y no en el arte sino allí donde el arte se destruye. Se inventa felicidad donde solo hay amargura, un sol donde solo hay derrumbes, una foto dichosa para ocultar las casas bajo el agua. Lo que ocurre nunca sucede.

Hasta que nos sucede, con solo levantar la vista.

Solo hay un paisaje, y es el horizonte. Vivamos con eso.

Horacio Fiebelkorn, Cerrá cuando te vayas (Club Hem, 2016)

 

Que el poema no nace, es hecho. Opera atque artificia, producto del escribir y del arte. En ese acto, vagamente recordar cómo alguna vez el distingo entre artista y artesano no existió. Quizás tal hace sea ilusorio, jactancia; lo literario atribuyéndose la creación de algo, poema, cuando lo que en realidad ocurre es que el poema “sucede”. No pasaría nuestro trabajo de ser más que una tenaz invocación: tocar tambores para que llueva.

Alberto Girri, en “El motivo es el poema”, 1989/1990 (1990)

 

Girri no se propone reemplazar la realidad cotidiana por otra hecha de consorcios insólitos y relaciones nuevas […] su elección consiste en no escamotear el mundo mediante un embellecimiento enmascarador ni en reemplazarlo por las imágenes de la poesía. Desde el comienzo se resigna a la misión de denunciar un mundo hecho de contrarios, tenazmente inconciliables, y un lenguaje que siente enviciado por los residuos de tantos intentos de reconciliación frustrados”.

Enrique Pezzoni, prólogo a Antología temática, de Alberto Girri (Sudamericana, 1969) (citado por Horacio Castillo)

 

Esa lectura fue de entrada una pesadilla, porque leía a Carroll siguiendo a Leónidas y rebotando en Joyce y siguiendo a Leónidas otra vez y así. Eso hacen los escritores como Leónidas: nos inventan un paisaje desconocido. La lectura de la Alicia de Carroll pasada por Joyce y por Leónidas es una pesadilla particular de libro endemoniado en que manda el sonido. La Alicia que leía siguiendo a Leónidas no era sólo un escándalo lógico o filosófico como lo fue por ejemplo para Borges o para Deleuze, sino un escándalo de la pesadilla del lenguaje. Y en esa pesadilla Cronos va ahí en su linealidad inexorable como el tic tac del reloj pero de pronto: siempre será de pronto como una Alicia sigue al conejo. Arde, arde, es un de pronto, es un giro, una voltereta, un “bailemos Gitona” enloqueciendo a Dios. Son los poetas que más tiempo arriman los poetas del instante, se llevan todo con ellos ahí al instante, se llevan la pesadilla histórica arrastrada en una palabra como descolocado o en una vocal de la carroña que quedó pegada al esqueleto.

Un escritor hace eso, hace: no dice, hace eso de inventar un paisaje, y Leónidas me inventó otra Alicia aún antes de leer su Alicia y esa Alicia de Carroll ya era la de Leónidas. Y a esa invención la llamé Esto no es una conversación.

Milita Molina, “Leónidas Lamborghini: Siguiendo al conejo”

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