Dejá un comentarioSi yo fuese un escritor libre, digamos del siglo XVI, Montaigne por ejemplo, o Dios quisiera, Shakespeare, para no hablar del español que por respeto ni me animo a nombrar, ahora podría permitirme una reflexión, altanera, melancólica y conmovedora, y el sentido de esa reflexión –no la poesía, ya que a principios del tercer milenio los escritores no somos libres– sería algo así:
¡Oh, paradójica, cruel y cómica condición humana! ¡Cuántos hombres habrán muerto en el momento de tender la mano hacia lo que más anhelaron en su vida! ¡Y cuántos más han vivido los momentos esenciales de sus vidas con un acorde exterior que convirtió el placer en vergüenza o congoja o martirio, y el dolor en opereta, risotada de desprecio o asco!
Enrique Butti, El novio (El Cuenco de Plata, 2007, p. 228)