Hace un par de años mi compañera me arrastró de urgencia, descoyuntado, a una clínica. Con el suero conectado, me resultaba graciosa la situación y te llamé. Atendiste: estabas también internado, también de urgencia, en Mar del Plata. Los dos, cada uno en su camilla, a cuatrocientos kilómetros uno del otro, más cerca que nunca, hablamos una vez más de libros. De Chejov, que era médico, hablamos. Y de William Carlos Williams, que también. Incurables. Corresponde aclararlo: no se nos veía tan mal. Seguiste nadando, caminábamos la playa todo el tiempo. Y nos jactábamos de nuestra apariencia saludable.